El cineasta que ya ha hecho dos películas sobre la IA, asegura que la trampa está en cómo articular un mecanismo de control para esta tecnología
El pasado 24 de noviembre llegó a los cines Napoleón, la nueva película de Ridley Scott en la que el director de cintas como Gladiator y Alien recrea el ascenso y caída del líder francés que logró conquistar media Europa.
La cinta es protagonizada por Joaquín Phoenix, uno de los pocos actores del mundo que, según Scott, está capacitado para lidiar con un reto como este, y con la que el director logra cumplir el sueño que dejó pendiente su admirado Standley Kubrick, cineasta al que no duda en citar en todo momento, aunque sea para hablar de otros menesteres más actuales pero que son, a su juicio, incluso más peligrosos que un caudillo corso temerario, insaciable y desatado.
El primer montaje de Napoleón, la versión del director que se verá el próximo año en streaming a través de Apple TV+, contaba con un metraje superior a las cuatro horas. En un ejercicio de síntesis, tras el que ciertamente se resienten algunos de los pasajes fundamentales de la trayectoria política, bélica y personal del conquistador francés, Scott redujo la duración de este repaso al galope de las andanzas de Bonaparte hasta los 158 minutos.
Poco más de dos horas y media articuladas sobre las dos grandes pasiones/obsesiones de Napoleón: Josefína y el campo de batalla. “Tienes que saber cuándo estás contando una historia y cuándo estás aburriendo al público”, aseguró Scott en una entrevista con la publicación CulturaOcio.
“Un espectáculo militar de primera”
Y aunque parezca difícil de creer, no da tiempo ni a lo primero -la historia está ahí, sí, pero gravemente mutilada en la sala de montaje- ni tampoco a lo segundo. Y es que, en los casi 160 minutos bien aprovechados pero insuficientes del Napoleón que llega a los cines, Scott regala al público un espectáculo militar de primera magnitud recreando, cañonazo a cañonazo y de forma tan cruda como rotunda, algunas de las batallas más grandes de la historia libradas en suelo europeo como Toulon, Austerlitz o Waterloo.
Una labor de filmación que, más allá de polémicas historiográficas, se antoja titánica y tan ambiciosa como la del corso que protagoniza el filme y para la que, en su afán de ser tan meticuloso como eficaz, el cineasta llegó a rodar con hasta 11 cámaras.
Escenas de guerra épicas, vibrantes y sangrientas concebidas y ejecutadas a una escala monumental que constituyen el gran reclamo de este Napoleón. Secuencias que, en una cada vez menos inusual paradoja en los filmes producidos con el dinero de las plataformas, exigen y reivindican la pantalla grande y en las que también se aprecia la muleta del CGI en postproducción.
«Estoy muy preocupado por la IA, incluso ya hice dos películas sobre ella»
Le preocupa la Inteligencia Artificial
Pero aunque en esta, como en otras muchas de sus películas, se haya ayudado de la tecnología, lo cierto es que el director de El reino de los cielos o Thelma & Louise cree que más allá de su uso en el cine, en términos globales, la tecnología, y concretamente la Inteligencia Artificial, es un monstruo que hay que temer.
“Estoy muy preocupado por la IA, incluso ya hice dos películas sobre ella. Ash en Alien era un robot infiltrado por la corporación que tenía órdenes de que el cargamento -el huevo de xenomorfo conocido como el octavo pasajero- era más importante que cualquiera de las personas de la nave. Y Blade Runner era sobre una súper IA que está en un planeta fuera de nuestro mundo, que sólo puede ser Marte, donde habría una explotación minera”, recuerda para, acto seguido, terminar con las siempre complacientes autoreferencias para volver a su admirado Kubrick.
“Así que… yo ya mencioné esas cosas cuando hice ciencia ficción, ¿verdad? Pero el primero en alertar del gran peligro fue Stanley Kubrick con HAL 9000”, afirma en referencia al superordenador de 2001: Una odisea en el espacio
que acaba matando a varios tripulantes de la Discovery 1 en un claro augurio del peligro futuro ante la dominación de la máquina sobre el hombre. “HAL dirigía la nave y era más importante, como que cualquier otra persona de la tripulación”, destaca.
Y a la hora de enfrentar el reto de la IA, el cineasta cree que la clave, y también la trampa, está en cómo articular un mecanismo de control, pero a su vez habría que preguntarse quién o cómo se controla a dicho mecanismo de contingencia. Y es precisamente esa falsa sensación de control lo que, según Scott, podría desatar graves consecuencias a gran escala.
“Si yo voy a diseñar, si voy a ser el dueño de una IA, es para crear para una IA más lista y mejor que tú… entonces esa IA puede intervenir, apagar todas las luces de España o acabar con esto -dice blandiendo su teléfono móvil. Es algo como la bomba de hidrógeno hoy en día, creo que es fascinante, más grande que cualquier bomba. Esto es todo y… ¡boom!”, sentencia un apocalíptico Scott que bien haría en terminar cuanto antes la secuela de Gladiator que está a medio rodar. Y que lleve al menos una docena de cámaras, por si las moscas.