Ubicado al norte de la Ciudad de México, el pueblo de Santa Isabel Tola fue el primer sitio donde se asentaron los aztecas
Parte sueño y parte devoción ciega, la legendaria peregrinación de los aztecas desde el lugar de las Siete Cuevas hasta lo que se convertiría en la capital de su imperio, México-Tenochtitlan, definió el carácter de esta cultura.
Y aunque en los islotes al centro del Valle de México es donde sus asentamientos florecerían, convirtiéndose en ciudades que maravillaron a propios y extraños, no fue el primer lugar al que llegaron.
De hecho, de acuerdo con las primeras crónicas, el primer asentamiento azteca se llamó Tollan, que significa “En el lugar de los juncos”, y fue fundado en una de las laderas del cerro Tecpayocan, al norte de la actual Ciudad de México.
Tras la conquista europea, el sitio se convertiría en Santa Isabel Tola, uno de los pueblos más antiguos de la capital del país donde el paso de los pueblos originarios y, posteriormente, de la colonia, marcaría para siempre su carácter.
El hogar del primer fuego
Aunque existen numerosas teorías sobre la ceremonia del Fuego Nuevo, una de las más importantes en el panteón azteca, porque refrendaba el pacto entre los dioses y el pueblo, se cree que se celebraba cada 52 años.
Lo cierto es que la tercera ceremonia, celebrada en el entonces nuevo pueblo de Tollan, se llevó a cabo en 1247, 131 años después del inicio de la gran peregrinación iniciada en el norte del país.
De hecho, Tollan nació 70 años antes de que los aztecas fundaran Tenochtitlan. Bajo el mando de Inamextli, los migrantes originales lograron expandirse al vecino pueblo de Zacatenco, donde actualmente se encuentran las instalaciones del Instituto Politécnico Nacional.
La riqueza natural de la región, además de la gran cantidad de agua que se hallaba en el lugar, permitieron que la civilización azteca floreciera y avanzara para llegar al sitio señalado por Huitzilopochtli, el lugar marcado por el águila devorando a la serpiente sobre el nopal: México-Tenochtitlan.
De Tollan a Tola
Tras la caída de Tenochtitlan, la localidad de Tola, antigua Tollan, fue reconocida por cédula real en el año de 1539, con el reconocimiento tanto del derecho de tierras como de aguas para los naturales de la región.
Años más tarde, en 1570, la población, evangelizada por religiosos franciscanos, fue encomendada a Santa Isabel de Portugal, adquiriendo su nombre actual: Santa Isabel Tola. Se erigió una pequeña iglesia, que continúa en pie hasta nuestros días, con su hermosa torre y retablos de estilo barroco que, sin embargo, sufrió un robo en 2008.
Desde tiempos ancestrales, el cultivo de calabaza, frijol, maíz y magueyes fue la actividad principal de la región. Fue tanta su productividad, que incluso se realizó el Acueducto de Guadalupe, mismo que enmarcó la población.
La creación del Acueducto provocó la formación de una hermosa y tranquila laguna, llamada La Joya, la cual obra en pinturas y documentos de los siglos 17 y 18 como uno de los espacios más bellos de la zona. A mediados del siglo 19, en 1855, llegó a esta lejana zona el tren, favoreciendo su desarrollo.
Entre los Indios Verdes
Enmarcada por la Sierra de Guadalupe, la belleza natural de la zona de Santa Isabel Tola era impresionante. Así lo demuestra “El Valle de México desde el cerro de Santa Isabel”, lienzo de José María Velasco con el que el paisajista mexicano logró numerosos reconocimientos internacionales.
La explosiva expansión de la Ciudad de México a principios del siglo 20 provocó que, poco a poco, esta zona, que era una especie de provincia al norte de la capital, se perdiera paulatinamente.
A principios del siglo pasado, con el objetivo de bordear el inicio de la carretera México-Laredo, se instalaron en 1939 las esculturas de Ahuizótl e Izcóatl, los llamados Indios Verdes, que antes pasaron por Bucareli y la Calzada de la Viga.
Actualmente ambas estatuas se encuentran en el llamado Parque del Mestizaje, inaugurado en la década de los 70 por el presidente José López Portillo con la asistencia de los reyes de España, donde puedes ver una serie de esculturas que celebran el encuentro de ambas culturas, la europea y la azteca.