Catálogos que van y vienen, licencias que expiran y contenido del que nunca seremos dueños es una realidad que nos está haciendo mirar hacia el pasado, hacia formas de preservar el arte que nos gusta
Cuando comenzamos a utilizar Amazon para leer libros, Game Pass para jugar, Netflix para ver películas y series y Spotify para escuchar música, todo parecía sencillo, perfecto. ¿Una colección entera de títulos en la palma de mi mano? ¡Quiero todo, gracias! Pero pronto nos dimos cuenta que esa solución venía de la mano de consecuencias inesperadas.
Estábamos acostumbrados a hacer del consumo de estos contenidos un ritual. Leer un libro implicaba poseerlo o ir a la biblioteca, sentarse en un lugar iluminado y disfrutar de su historia sin mayor interrupción; lo mismo con la música, que requería colocar un CD –o vinil o casete– en el reproductor, y con una película, que implicaba a veces esperar a que estuviera en vivo en televisión y de los videojuegos ni se diga, porque poseer la copia era indispensable para disfrutar de la aventura digital.
Pero con la llegada de estas plataformas la accesibilidad que entregaron fue muy atractiva. Sin embargo, a lo largo de estos últimos años ha quedado cada vez más claro que a diferencia de una biblioteca tradicional, estos acervos digitales son muchísimo más efímeros de lo que creíamos.
O en la nube o en el olvido
Si bien esta discusión no es nueva, cada vez parece más necesario comenzar a pensarla de forma más seria y tomar medidas al respecto. Tan solo este año HBO Max –o Max o como se vaya a llamar el día de mañana–, sacó de su catálogo la serie “Over the garden wall”, junto con otras producciones originales que, por cuestiones de licencia, no están en ningún otro servicio de streaming y tienen, además, poca o nula distribución en formatos físicos.
Asimismo, no es raro que algunos títulos de Spotify u otras plataformas de música en streaming inhabiliten canciones o álbumes completos cuando las licencias expiran. En este caso ha sido tan significativa la adopción del formato digital que las ventas de CD’s bajaron durante la última década –aunque precisamente a raíz de los problemas de escuchar “en la nube” ha comenzado a resurgir el interés por el formato físico–, y cuando una canción no está en alguna de estas plataformas no hay manera de escucharla.
Con los libros pasa algo similar. Basta con recordar el cierre del servicio de e-books de Microsoft en 2019, que dejó sin acceso a incontables usuarios a títulos por los que ya habían pagado, lo que a su vez se debió a que hay muy pocos textos cuentan con el permiso de las editoriales o las distribuidoras para ser descargados, por lo que solo se puede tener acceso a ellos mientras se cuente con una cuenta válida y a veces hasta conectada a internet.
Sin embargo, son los videojuegos los más afectados. Un análisis de Game Pulse reveló que en 2021 el 90% de los juegos lanzados solo llegaron al mercado en formato digital. Lo que significa para estos títulos es que, como ya sucedió, cuando las tiendas virtuales de esas consolas cierren –como Sony planea hacerlo con las de sus consolas PS3 y Vita y como ha sucedido con otras consolas de Nintendo y Xbox– será imposible jugarlos sin tener que recurrir a alguna forma de piratería.