La nueva cinta de la saga distópica basada en las novelas de Suzanne Collins va más allá de la estructura que conforma su narrativa y se adentra en la psicología de sus personajes. Snow (Tom Blyth) es un ‘robaescenas’ en el largometraje que llega este viernes a los cines
Oscura, completa y arriesgada. Los juegos del hambre: balada de pájaros cantores y serpientes es una de las mejores películas de la saga basada en las novelas distópicas de Suzanne Collins. La cinta dirigida por Francis Lawrence, al mando de las adaptaciones cinematográficas de En llamas y Sinsajo, es un entramado que aborda los inicios del macabro juego y que profundiza en las diferentes facetas de sus protagonistas, alcanzando un arco completo que explica numerosas actitudes posteriores.
Panem es, en esta entrega que llega este viernes a los cines, una ciudad egocéntrica en plena construcción. Lejos quedan los trenes de alta velocidad y los ostentosos vestidos que copan las salas del Capitolio. La revolución de los distritos sigue fresca, viva, en el imaginario de las élites ricas y poderosas, que encuentran en los juegos su manera de vengar a aquellos que osaron desafiar a los estratos políticos establecidos.
Entre la excelencia académica y la pobreza de los distritos, Coriolanus Snow (Tom Blyth) intenta mantener a su familia a flote con su impecable currículum escolar. Siendo mentor de los juegos, y con ansias de acudir a la universidad, el joven Snow necesita el dinero del Premio Plinth para poder sacar de la miseria económica a su abuela (Fionnula Flanagan) y a su prima Tigris (Hunter Schafer). Sólo los mejores consiguen dicha recompensa económica, pero este año, con motivo del décimo aniversario de los juegos, las cosas se complican.
Ya no vale con tener las notas más altas de la promoción, también hay que conseguir que el tributo asignado sea nombrado campeón de los juegos. La suerte juega, aquí, un papel primordial, pues Coriolanus tendrá que competir con la participante del Distrito 12, Lucy Gray Baird (Rachel Zegler): una perspicaz cantarina con altas dosis de personalidad que no le pondrá las cosas fáciles al joven Snow.
Todo por el espectáculo
Uno de los grandes alicientes de Los juegos del hambre: balada de pájaros cantores y serpientes es la construcción de los juegos como un macabro escenario en el que nada importa, únicamente la diversión y el goce de aquellos que convierten la muerte en ocio y negocio. En su décima edición, las audiencias están de capa caída y directora, Volumnia Gaul (Viola Davis), necesita que la gente vuelva a conectar con el castigo televisado que patrocina y crea.
Snow, desesperado por ganar el Plinth, es el auténtico precursor de los cambios que más tarde darán forma a los juegos en los que participan Katniss y Peeta. Las donaciones de la audiencia (agua o medicinas) y la promoción de los tributos son ideas que el joven consigue implementar tras convencer a Gaul. Así, los juegos pasan de trámite a espectáculo, de castigo a producto televisivo.
La cinta es un trayecto imprescindible para conocer cómo evoluciona la mentalidad de Panem y cómo Snow va poco a poco convirtiéndose en el hombre que se representa en las primeras novelas escritas por Collins y más tarde llevadas a la gran pantalla. En las primeras escenas, el joven Coriolanus presenta empatía, modestia, preocupación. Al final de la película, no queda ni rastro de todo lo anterior. La película de Lawrence rompe los esquemas de las cuatro entregas previas al no posar la relevancia de la trama sobre el desarrollo de los juegos. Lo importante aquí es la progresión emocional de Snow, interpretado de forma magnética por Blyth, la verdadera estrella del largometraje.
La película peca de darle demasiado protagonismo a las habilidades artísticas de Zegler, que se pasa gran parte de la cinta interpretando canciones y sacando a relucir sus dotes vocales. Muchas de dichas escenas fallan a la hora de sustentarse en la trama. Es Blyth, y la profundidad del personaje al que interpreta, el que lleva la voz cantante.
Los juegos del hambre: balada de pájaros cantores y serpientes no sólo funciona por presentar la construcción narrativa de los juegos, también por su tercera parte, y final: un salto cualitativo en el historial audiovisual de la saga que va más allá de la lucha entre tributos. Estructurada en tres tomos, son los últimos 40-45 minutos de la película los que la convierten en una de las más especiales. Snow se convierte en un joven despiadado que hará lo que esté en su mano por conseguir el beneplácito del Capitolio y por asegurarse una silla como constructor del futuro de Panem.
Ni la amistad, ni por ende el amor, harán que Coriolanus pierda de vista su objetivo: seguir los pasos de su padre, creador de los juegos junto a Casca Highbottom (Peter Dinklage). El odio ennegrecerá su mirada y el control nublará su mente, delatando a aquellos que más quiere con tal de obtener el poder y una palmadita en la espalda.
Un castigo eterno
Balada de pájaros cantores y serpientes explica, a través de la historia de amor entre Baird y Snow, muchos de los triggers que harán que el futuro director de los juegos tenga un desdén especial hacia Katniss (interpretada por Jennifer Lawrence). Los sinsajos, el katniss (como Baird llama a una planta de las afueras del Distrito 12), la valentía de la joven… hay un historial previo, además de un corazón roto, que hace encajar todas las piezas de las cintas situadas en la posteridad. Baird es una versión más zen de la protagonista de Los juegos del hambre, pero no por ello menos rebelde.
El personaje interpretado por Zegler dejará huella en el joven Snow y toda esa rabia contenida será gasolina para convertir a Katniss en el principal objetivo de la revolución. Sin duda, la nueva entrega de la saga es un viaje narrativo que aborda la noción vital de que el ser humano es, sin duda, dueño de su propio destino.