Fernando Camacho Servin.
Recién a sus 58 años de edad, Luis Sandor Zamora está dándose la oportunidad de dedicarse de lleno a lo que siempre fue su vocación: cantar y bailar. Es también en este momento cuando está manifestando de manera más abierta su orientación sexual, para romper así la dinámica de miedo y silencio que arrastró durante buena parte de su vida.
Podría decirse que Sandor tuvo “suerte”, pues descubrió un albergue para adultos mayores LGBTI+ en donde pudo conocer a personas de su edad, con inquietudes y necesidades similares, pero en México la vejez de diversidad sexual se suele vivir en condiciones de secreto y vergüenza, lo que lleva a muchas personas a la depresión, el aislamiento y la precariedad.
A decir de investigadores y académicos, muchos de estos adultos mayores incluso tienen que emprender un “regreso al clóset”, orillados a volver a casa de algún familiar en “condiciones humillantes”, debido a la falta de políticas de gobierno para atender a esta población, pero también de educación para visibilizar su existencia misma.
“Pensé que mi vida se había acabado”
Luego de haberse dedicado a ser sobrecargo de aviación y agente de viajes durante mucho tiempo, en años recientes Sandor comenzó a sentirse retraído y temeroso no sólo por los prejuicios sociales respecto a su orientación sexual y su edad, sino también a que sufre de retinosis pigmentosa, que no le ha quitado la vista por completo, pero sí le impide ver con claridad.
Tras la ruptura con la pareja que tuvo por más de una década y la muerte de su madre, “yo pensé que mi vida se había acabado. Ahora que somos mayores, algunos decimos ‘estoy solo, no tengo pareja, no soy el galán que México esperaba y no tengo mucho dinero. Mejor me siento al ladito, donde no moleste, donde no me vean’, y eso contribuye a la invisibilidad”, cuenta.
Y es que a la discriminación que buena parte de la sociedad sigue ejerciendo contra la diversidad sexual, se suma la que existe dentro de esos mismos colectivos, también por motivos de edad y de condición socioeconómica.
“No queremos que se toque el tema, porque nos da pena, pero para ser gay, parece que tienes que ser joven, tener dinerito y estar guapetón, y esa es una estupidez enorme. En la diversidad sexual sigue imperando el ‘cuánto tienes y eso es lo que vales’ y lamentablemente seguimos arrastrando esas manera de pensar”, lamenta.
Un espacio para reconocerse
Fue al animarse a entrar al Coro Gay de la Ciudad de México que Sandor conoció a amigos que lo hicieron descubrir la existencia de la Casa de Día “Vida Alegre”, fundada por la activista trans Samantha Flores en marzo de 2018, y que en este momento abre sólo los miércoles y sábados.
“Tenemos talleres de manualidades, apoyo sicólogico y jurídico, asesoría espiritual, yoga, meditación, tanatología y biblioteca. Es el primer lugar de su tipo en Latinoamérica y se sostiene con donativos de individuos y empresas”, detalla en entrevista con La Jornada el ex administrador del albergue, Arturo Arcos.
“Las personas mayores LGBT crecen en aislamiento y es importante que tengan espacios donde puedan reconocerse y reforzarse sicológicamente para darle un poco más de interacción y sentido social a sus vidas”, señala.
En “Vida Alegre” –localizada en Avenida Xola 184b, en la colonia Álamos—“hay de todo, pero mucha gente llega con trastornos de la personalidad en diversos grados de atención y control. La ansiedad y depresión son constantes, porque viven mucho aislamiento, mucha soledad”.
Al sitio llegan lo mismo personas en situación de calle, que algunas que viven con su familia, pero no están muy integradas a ella. “Algunas tienen descendencia, pero la mayoría no, ni tampoco pareja”, detalla Arcos.
Para Sandor Zamora, acudir le significó “conocer personas maravillosas que tienen la gran necesidad de ser y hacer cosas que reprimieron durante mucho tiempo. Se le trata a la gente con mucho cariño y humanismo, aunque a muchos todavía les cuesta mucho trabajo decir quiénes son. No hablan mucho del tema, porque vienen arrastrando esos temores, traumas y estigmas”.
La “vuelta al clóset”
Héctor Salinas, coordinador del programa de estudios en disidencia sexual de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, señala que la falta de políticas públicas dirigidas a la vejez LGBT+ le impide a muchas personas tener una vida decorosa hasta el final de sus días, e incluso las orilla a regresar al seno familiar en condiciones indignas.
“Cuando llegan a una edad avanzada, no tienen trabajo y viven múltiples factores de vulnerabilidad. Encontramos una ‘vuelta al clóset’, porque muchas personas que vivieron abiertamente su orientación, al ver paupérrima su vida actual, regresan con sobrinos, hermanos o parientes, pero son condenados a aceptar condiciones lamentables”, apunta.
La falta de visibilidad de este sector, y por lo tanto de estrategias oficiales para ayudar a quienes lo requieren, deriva en gran parte de la discriminación que se vive dentro de los mismos grupos de diversidad sexual por razones de edad y de condición socioeconómica, lamenta el investigador.
“Al seno del propio movimiento LGBT hay una falsa concepción de que la diversidad es exclusivamente de jóvenes. En este proceso de mercantilización, se asocia mucho lo gay con cuerpos jóvenes, blancos, con cierta capacidad de consumo, y eso es muy triste, porque los viejos no tienen ninguna atención”, apunta.
Para Salinas, es urgente crear políticas que eviten la pauperización de estas personas –muchas de las cuales no tuvieron hijos ni se casaron–, pues la dinámica poblacional de México apunta a un envejecimiento general cada vez más acelerado.
“Se nos ha olvidado que los gays, lesbianas y personas trans vamos a llegar a viejos. Hay un recambio generacional escaso, porque las parejas tienen cada vez menos hijos y los heterosexuales se casan cada vez menos. Eso nos debe hacer voltear a la vejez, y dentro de ella, a la LGBT”.
“Es hora de romper el cristal”
Por su parte, Javier Cabral, médico especialista en temas de salud pública y sexualidad, apuntó que el “surgimiento” de la vejez LGBT como un fenómeno cada vez más visible se debe a factores como la posibilidad de que las personas seropositivas lleguen a una edad avanzada, gracias a los medicamentos antiretrovirales, e incluso a la aparición del viagra, que puso en el escenario el derecho de los adultos mayores a tener una vida sexual activa.
“En otros años se perdieron tres o cuatro generaciones por el sida, pero ahora los abuelitos gays ya no se mueren: viven una vida plena gracias a los medicamentos, mientras el viagra y el Internet revolucionaron la vida sexual en la tercera edad”, indica. A ello, se le suma la universalización de los programas sociales de apoyo a adultos mayores, elevados al rango de derecho constitucional.
Pese a ello, señala Cabral, muchos adultos mayores gays “se quedan en una soledad crítica y terrible, porque ya no hay contemporáneos de ellos, y los que hay, siguen arrastrando interpretaciones de que la homosexualidad es pecado por la demagogia religiosa absurda que impera en las familias católicas”.
Por lo anterior, el problema más grave que hoy enfrenta este sector no es tanto su salud física, sino “el aislamiento emocional de estar solos, no acompañados, estigmatizados, pero no sólo por ser gays, sino por ser viejos”, lo cual los hace caer en depresión, ansiedad e incluso ideas suicidas, especialmente entre las personas trans.
En ese marco, el especialista urgió a desarrollar estrategias de apoyo a este sector vulnerable, pero también a lanzar campañas educativas desde la infancia para terminar con la discriminación y el estigma.